Había soñado con él por años. En mi mente había una imagen específica de lo que sería, la majestuosidad, el color. Había soñado con el amor y el romanticismo detrás cada trazo. Había imaginado incluso lo que sentiría al estar ahí; los olores, los sonidos. Había suspirado por él tanto, tanto tiempo. Y llegué pues, y no era lo que siempre había imaginado. Distaba mucho de serlo, y qué bueno que fue así. Qué bueno que no vi lo que habría querido ver, porque así mi deseo de aferrarme y poseer un lugar se esfumó por un instante.
Al no encontrar lo que quería, encontré que la belleza es fugitiva y está en lugares a los que puede que jamás regresemos.
«Esperaremos una horas para ver si las nubes se van y podemos ver el Taj Mahal» – dijo el guía.
Las nubes nunca se fueron, estuvieron ahí sentadas por horas, días. Nubes blancas y densas, que competían con la blancura y densidad de la estructura gigante, y también con la blancura y densidad de mis ideas preconcebidas. Y al no poder ver lo que quería, encontré que la belleza estaba atrás de las nubes, en los rincones escondidos, atrás de las puertas en las que nunca me hubiera fijado.
Eso me enseñó el Taj Mahal, que los juicios desilusionan, paralizan y justifican la mediocridad, pero son sólo eso, una nube que se traspasa caminando.
Esas nubes son hoy el recuerdo al que me aferro, para no olvidar jamás que al viajar, lo único que puede estorbar son los pensamientos.
Esto es lo que vi, en un lugar, donde además, aprendí a no correr:
A pesar de sus adornos severos, puramente geométricos, el Taj Mahal flota. El fondo de la puerta es como una ola. En la cúpula, la inmensa cúpula, hay algo levemente excesivo, algo que todo el mundo siente, algo doloroso. Doquier la misma irrealidad. Porque el color blanco no es real, no pesa, no es sólido. Falso bajo el sol, falso al claro de la luna, especie de pez plateado construido por el hombre con una ternura nerviosa. – Henri Michaux, poeta y pintor belga.
Totalmente hermoso
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¡Gracias, Vane! 🙂
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El Taj Majal no se ve, se siente, se vibra «en el amor más puro e inmenso» yo cuando lo vi, cuando «lo senti» no pude evitar sollozar, se me escurrieron las lagrimas, y todo el tiempo que permanecí ahi traje la piel chinita, ver cada uno de los detalles de sus paredes, puertas y rincones fue asombroso, yo tambié
n lo vi; sentir esa sensación de «frescura» al tocar sus paredes, aun cuando el calor se daba en ese verano….FUE UNA EXPERIENCIA DIVINA… y si comparto contigo .. EL Taj Majal te enseña a que el amor no siempre se puede ver…. pero siempre se siente… Divinas Fotos las tuyas!!
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