Un pequeño homenaje a mi querido amigo Michel Descombey.

Sirva este espacio para compartir también, lo que veo mientras no corro. Y es que cuando no corro, escribo, o hago como que escribo. Y fue escribiendo donde conocí a Michel Descombey, de quien hoy me despido con cariño.

Hay personas que te tocan el alma, pero no te das cuenta hasta tiempo después. Así me pasó con mi querido amigo Michel, quien partió hace unos días después de varios meses de lidiar con él mismo.

Conocí a Michel en la «escuela». Así, entrecomillado, porque durante mis más de 20 años de estudiante, nunca me había reído tanto mientras aprendía algo. Así que creo que más que una clase, aquello era una terapia de la risa o algo así.

Un día llegué tarde a la clase y me encontré con un nuevo compañero. Michel Descombey, un hombre francés de 81 años, que me miró lascivamente desde el primer momento. Pensé que había sido una malinterpretación – muy soberbia – de mi parte, pero bastaron unos minutos para darme cuenta que no. Michel tenía una habilidad para coquetear y expresar descaradamente sus pensamientos, que cualquier joven envidiaría. Su carisma y coquetería lo hacían el centro de atención de la clase.

Nació en 1930 en Francia, y vivió ahí durante la guerra. Sus padres participaban en el movimiento de resistencia y lo dejaban solo en casa. Cerca de la cama colocaban un despertador que, de no llegar ellos, sonaría a determinada hora de la madrugada. Michel tenía la instrucción de irse a casa de algún amigo si sus padres no regresaban. Ellos asumían que si los arrestaban, tal vez obligados por la tortura, acabarían diciendo dónde vivían, y querían protegerlo.

Descubrió su pasión por el ballet de manera accidental, tras algunos años de estudiar música. Su talento lo llevó a ser bailarín del cuerpo de Ballet de la Ópera de París, logró el puesto de primer bailarín, maître, coreógrafo, hasta ser director de la compañía de 1962 a 1969. Tiempo después fundó su propia compañía de danza y fue coreógrafo para muchas obras en diversos países.

Michel llegó a México invitado por el muralista José Clemente Orozco. Venía por dos meses y se quedó treinta años. Fundó la compañía Ballet Teatro del Espacio, junto con Gladiola Orozco.

Era una delicia platicar con Michel. Sabía chismes de la farándula de la literatura y política de todo el mundo. Fue amigo de importantes escritores, pintores, escultores y presidentes de varios países. Me contaba con descaro absoluto quién había engañado a quién, quién había sido amante de quién.

Había 50 años de diferencia de edad entre él y yo, eso le daba el poder de hacer que cualquier tragedia treintañera pareciera un chiste. Lo convertía en un abuelo interino.

Yo no conocí al bailarín, ni al coreógrafo. Yo conocí a Michel el que intentó ser escritor a los 80 años, y tuve la fortuna de recibir un cuento que escribió para mí. Lo comparto y le agradezco a Michel las muchas carcajadas, las muchas copas de vino y los muchos chismes. Au revoir, querido Michel.

“Para Verónica, con amor. Michel”

 El Viaje

Estaba haciendo mi maleta cuando apareció mi mujer (hay que notar que el instinto de posesión “mi, mi, mi” explica la victoria del capitalismo). Mi mujer empezó a criticar mi manera de llenar una maleta.

Desafortunadamente le contesté  “déjame en paz” y la palabra paz provocó la guerra inminente entre nosotros dos . Se sabe que antes y después de la paz, aparece la guerra.

Los rencores y reproches que teníamos en nuestro sótano aparecieron en la superficie de nuestra mala fe. Para salir victoriosa de este pleito, mi mujer utilizó el arma tradicional de las mujeres: las lágrimas. Entonces, para zafarme de la batalla, con la cobardía ritual de los hombres, declaré hipócritamente que ella tenía razón. Terminó la disputa y se decidió que yo iría solo en taxi al aeropuerto, dejando tiempo para que se enfriaran los mutuos alegatos.

En el taxi hice la revisión tradicional, buscando los papeles necesarios para este tipo de vuelo. Me di cuenta que me  había olvidado del boleto de avión. Sudando de angustia, decidí presentarme en el puesto de venta de boletos llegando al aeropuerto, pensé que con mi nombre y número de reserva podrían darme una copia del documento. – ¡No! – me dijo una mujer que se parecía más a un orangután que a una empleada de la compañía aérea. Yo debía comprar un nuevo boleto y eventualmente, tendría el reembolso del boleto desaparecido.

Desesperado compré el boleto de la salvación. Me presenté en inmigración con mi pasaporte, me pidieron mi FM2 (que justifica mi estancia en el país). No lo tenía. Nuevas discusiones. Por fin una mujer bastante amable pero cansada me suplica que me vaya al avión, sin más. Después de registrarme con mi maleta, me presenté a la revisión definitivo, pasé por el arco del triunfo de la aduano y un timbre se manifestó al mismo tiempo que una mujer se acercó y empezó a palparme desde los hombres hasta los pies.

Estimulado por su actuación, me apoderé de sus senos muy apetecibles con mis manos y las bajé hasta sus nalgas. Me interrumpe un grito – ¡Policía! – y un puñetazo en la nariz que, tras el golpe, cambio de dirección. Tirado al piso, sangrando, percibo que dos policías me arrastran.

En las oficinas policiacas escucho – sus papeles -. Estaban en mi saco que desapareció al mismo tiempo que mis llaves, cigarros, monedas y el colmo, mi cinturón. Empezaron a comentar que yo era un terrorista. Y que toda esta comedia era una actuación para distraer la atención, porque mi maleta contenía una bomba. Avisaron a la compañía aérea que se tenía que retrasar la salida del avión y vaciar el compartimiento de equipaje para reencontrar la maleta del criminal. Durante este tiempo, yo pedí permiso para llamar a mi casa. Cuando empecé a hablar con mi esposa, un inspector me robó el teléfono y le dice que me arrestaron por abuso a la decencia  e intento de violación. Su reacción no se hace esperar: “¡cochino, obsesivo sexual, enfermo erótico, libidinoso, digno de hospital psiquiátrico!”… y colgó.

De pronto, apareció un representante de la compañía de aviación, me informó que tuvieron que posponer la salida del avión, hacer explotar mi maleta, y que por lo tanto iban a reclamar una compensación económica por el desastre, producto de mi actuación.

Hablando de actuación, los policías decidieron que yo era un artista, por lo tanto, irresponsable y debía hacerme acompañar por mi madre o mi nodriza, en la medida que mi esposa, cansada de mis pendejadas, había renunciado a compartir mis tonterías.

No regresé a mi casa, tomé un cuarto en un hotel cerca del aeropuerto, gracias a la única tarjeta de crédito que había quedado en la bolsa de mi camisa. Me dormí inmediatamente, soñé con la mujer que me había palpado sin vergüenza, pero esta vez, estaba desnuda. Pasamos muy bonitos momentos, que justificaron los insultos de mi esposa enfurecida.

Michel Descombey

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