Eso fue lo que pasó. Corrí solamente un pedacito del medio maratón de San Diego y eso me fue suficiente.
Si usted es asiduo lector de este espacio, sabrá que hace unos meses inicié una cuenta regresiva rumbo al maratón de San Diego. Al cabo de un tiempo, por causa de una lesión (o varias) el plan de los 42 kilómetros se encogió a 21 mil metros. Pocas semanas después, considerando que mi cuerpo seguía ligeramente «desequilibrado», eso del medio maratón me sonaba descabellado, así que con premeditación y ventaja diseñé mi propia ruta para correr sólo “un pedacito del maratón”. Y un pedacito fue suficiente, maravilloso y la mejor decisión que pude haber tomado, le cuento porqué.
Diez kilómetros me recordaron que el único compromiso que tengo es conmigo misma, que no tengo nada que demostrarle a nadie, más que a mí, que mi salud física y mental vale más que cualquier inscripción a un maratón. Concluí que diez kilómetros pueden ser una invitación a darte cuenta que las rodillas valen más que el orgullo.
El maratón de San Diego fue emocionante hasta las lágrimas. Eso sólo me había pasado en mi primer medio maratón en la Ciudad de México escuchando el mariachi en el kilómetro 18 y en el arranque de mi primer maratón en Nueva York escuchando a Frank Sinatra. Después de esas primeras veces, se me ha olvidado que eso de correr TANTO puede ser verdaderamente emocionante.
El disparo de salida fue a las 7 am. Mi estilo hubiera sido llegar a las 6:50 am, pero ahora que corro con mi corredor favorito, que goza de tener tiempo suficiente para cualquier imprevisto, viví la emoción de estar en la salida con sobrada anticipación, posicionarme inadecuadamente en el segundo corral de salida, en el corral donde están los corredores veloces, los que se toman muy en serio su papel y parecen pumas encerrados – sin ofender, intento halagar-. Evidentemente me contagiaron su emoción.
En la línea de salida, una mujer de volumen prominente, detenía con su cuerpo y con una cuerda a los leones enjaulados mientras sostenía un letrero que decía “Meb’s corral”.
Estaba anunciado que en el segundo corral, correría a manera de “rabbit” el ganador del maratón de Bostón 2014, Meb Keflezighi, un estadounidense de 39 años originario de San Diego. Este jovenazo podría ser el equivalente al balón de oro entre los futbolistas, el Nadal de los tenistas, es el rockstar actual de los corredores. La gente lo esperaba ansiosamente. Meb marcaría el ritmo de carrera para quien quisiera terminar el medio maratón en menos de 1 hora y 30 minutos. Para él eso era un paso de trote tranquilo, para los corredores, una velocidad aplaudible.
Ante la ausencia de la estrella en cuestión, mi corredor favorito se ofreció a correr conmigo el primer kilómetro, lo que significaba reducir a la mitad su velocidad de arranque. Románticamente acepté. Segundos después, como en un acto de teletransportación, apareció entre la multitud, al frente de la línea de salida el tan esperado Meb. Saludaba a la gente con mucha emoción. En ese mismo instante inició la cuenta regresiva para arrancar: 10, 9, 8…
No encuentro las palabras para explicar la cara de los corredores que me rodeaban, los ojos de admiración, la ilusión de correr con una persona que recién ganó una de las carreras más significativas a nivel mundial.
3, 2, 1… arrancamos, 3 metros después mi corredor ya estaba varios pasos delante de mí y volteó a verme con la cara que voltea a ver un niño a su papá para pedirle permiso de algo que tiene que suceder inmediatamente. – ¡Corre! – Más tardé en decirlo que él en estar a un lado de Meb, que ya iba ya varios metros adelante. Seguí corriendo, pero me orillé para dejar a pasar a los corredores que iban a un ritmo diferente al mío.
Mi pedacito de maratón estuvo diseñado estratégicamente para volver a encontrarme con Meb y su comitiva a la mitad de los 21K. Es decir, no seguí la ruta del maratón, sino que corrí por las calles de San Diego. En el kilómetro 14 los vi pasar, platicando, sonriendo. Eran 8 corredores que lograron correr con él todo el recorrido. Sólo 8 de los cientos que arrancamos en ese corral.
Por primera vez lo que vi corriendo fue muy distinto. No vi tanta gente disfrazada, no vi corredores padeciendo cada paso. Ahora vi a los veloces, a los esbeltísimos que corren con cara apasionada, con respiración agitada sin voltear a ver NADA de lo que hay a su alrededor. Esos que iban ganando me sirvieron de recordatorio de que a mí me gusta correr para disfrutar lo que veo mientras corro.
En 10 kilómetros vi palmeras, cielos azules, mensajes en el piso, porristas, nadadores corriendo en traje de baño, hombres vestidos de mujeres, árboles hermosos… escuché guitarras, tambores, muchísimos tambores. Crucé la meta y me sentí feliz de haber hecho lo que quería sin exigirle a mi cuerpo más de la cuenta.
Esto es lo que vi:
Y esto lo que escuché: