Estaba ahí estrellado en un árbol, de frente, con el cofre golpeado, abandonado.
El morbo me ganó, quería ver qué había adentro. Me acerqué con miedo, pensando que podría encontrar restos de lo que parecía un accidente. Afortunadamente no, más bien encontré una planta que descubrió un buen lugar para crecer. Un lugar caliente pero protegido del sol sinaloense, que en la mayoría de sus días es muy despiadado. Es un una obra de arte en proceso, un invernadero por accidente.
El carro fue impactado intencionalmente contra un árbol. Fue Francis Alÿs, un artista belga que viajó en su Vocho desde la ciudad de México al Jardín Botánico de Culiacán. Llegó, lo chocó contra la hermosa parota y lo dejó ahí. Es una pieza que haría en coautoría con la naturaleza. Su parte había sido terminada, y ahora la tierra, el agua y el aire están haciendo lo suyo. Una vez que entendí las razones para tener un auto desahuciado en medio de un lugar lleno de vida y el peculiar estilo del autor de la obra, pude apreciarlo.
Francis Alÿs ha hecho cosas como arrastrar un bloque de hielo durante 9 horas por calles de la Ciudad de México, en época de calor. La obra era eso, la acción de arrastrar el hielo y duró hasta que se derritió. La idea era mostrar la paradoja de que el esfuerzo no llevó a nada. Mostrar que el proceso, el intento, el avance sin fin son más importantes que el destino. Otra de sus expresiones artísticas, consistió en formarse en la fila de fontaneros, plomeros, pintores y carpinteros que buscaban trabajo al lado de la Basílica de Guadalupe, para ofrecer sus servicios como turista. Ésta última sí la aplaudo, pero no sé qué opinión tengo de Sr. Alÿs todavía. Es lo de menos, yo quería hablar del jardín.
El Jardín Botánico de Culiacán es un museo viviente, tiene una colección de esculturas de 35 artistas internacionales que crearon obras especialmente para este espacio donde la estrella principal es sólo él, el jardín. Él con sus palmeras y sus ficus, sus cacaos y sus orquídeas, sus tabachines, lirios, agaves, suculentas, bambúes y bonsáis. Tiene 10 hectáreas de extensión, donde viven más de 2000 especies de plantas. Hay diferentes ecosistema recreados, como la selva, el bosque sinaloense, el desierto y el bosque tropical lluvioso, donde literalmente llueve todo el tiempo, una preciosura, ahí viven el caco y la vainilla. Y justo afuera del bosquecito lluvioso hay un espejo de agua con lirios y otras flores acuáticas que conviven con peces y tortugas, todo esto enmarcado en dos líneas de palmeras gigantes. El botánico ofrece talleres sobre temas ambientales y de jardinería, eventos de arte y danza, además tiene un pequeño cine que tiene funciones los martes y jueves por $25 pesos Por si fuera poco, hay clases de yoga en las tardes. Este es el lugar favorito de los corredores culichis para entrenar, no los culpo, es precioso.
El Jardín Botánico de Culiacán es una de las razones por las que usted, estimado lector, debería de visitar la capital Sinaloense pronto, prontísimo. Es más, debería ser su propósito de año nuevo no terminar el 2014 sin ir a Culiacán.
Si usted corre y está a tiempo, inscribirse al Maratón Internacional de Culiacán, es el domingo 26 de enero.
Pero si usted no corre, vaya de todas formas, Culiacán le va a ayudar a encontrar ganas para correr. Vaya y coma. Coma un tamal de elote con frijolitos puercos, unos huevos con chilorio, unos tacos dorados bañados en caldito de tomate, unos tacuarines, un pan de mujer calientito y un helado de ciruela afuera del Santuario. Vaya por un aguachile, un ceviche de pescado y unos tacos de camarón en Altata. Después de que coma todo eso será muy my feliz, y luego le darán ganas de empezar a correr.
Aquí lo que vi los primeros días del año en Sinaloa: