¿Te ha pasado que ves tantas cosas impresionantes en un día que parece que fueron varios? Así fueron mis 4 días en Chihuahua. Al final del tercer día, parecía que llevaba un mes ahí. Trabajé 18 horas el día del ultramaratón, de las mejores 18 horas de trabajo que he tenido, en las que mi estado de alerta, emoción y sorpresa no disminuyeron más que por minutos, cuando suspiraba por comer el quinto burrito de frijoles con queso del día, ya sin sorpresa (y la única razón por la que un sabor extraordinario no me sorprenda, es porque los estímulos de alrededor lo opacan).
Esas 18 horas sin parar, fueron las mismas que algunos locos pasaron corriendo para completar los 63 o 100 kilómetros del Ultramaratón de los Cañones. La hora 18 me ayudó a acomodar mis ideas y retomar mi opinión de que correr un ultramaratón sí es una locura.
Mi espíritu de reportera es muy nuevo, llegué a este mundo periodístico por afortunadas coincidencias e igual por suerte he conocido a gente maravillosa de la que aprendo mucho, como mi amiga Araiz Arriola, con quien compartí esta experiencia en Chihuahua. Fue a ella a quien después de 17 horas de trabajo con sol intenso, frío, lluvia, hambre, caminatas, viaje en moto, lodo y muchas emociones, se le ocurrió decirme: ¿Y si vamos a ver cómo llegan los últimos?
Unos minutos después estábamos con cámara en mano y estado de cansancio extremo, ella y yo, sentaditas en la meta del ultramaratón, a media noche, esperando a escuchar el silbato que indicaba que a unos 200 metros venía algún corredor, arrastrando su cuerpo y su alma hacia la meta.
Lo que vi esa última hora de mi día, me dejó impresionada para las siguientes dos semanas, como si todo lo que hubiera visto no hubiera sido suficiente. El estado en el que llegaron los últimos corredores a la meta era como el de un zombi. Recordando la definición de zombi: un muerto resucitado por medios mágicos para convertirse en esclavo; quien hace las cosas mecánicamente como si estuviera privado de voluntad.
Así se veían, como zombis atropellados varias veces, atacados gravemente por extraterrestres, e inyectados de alguna droga alucinante. Los corredores llegaban en estado de transe, confundidos. Mi hipótesis es que su cerebro perdió algunas neuronas ante el trabajo extenuante de salvar su vida constantemente. Aún con heridas, con sangre en las rodillas o en las manos por haberse caído en las rocas, llegaban, dando pasos firmes, a veces corriendo, pero con la mirada perdida.
Yo los veía llegar y sentía una compasión infinita, quería ayudarlos, taparlos, curar sus heridas. Sentía que necesitaban auxilio urgente. Un corredor llegó muy dañado y casi en estado de hipotermia cuando ya nos íbamos, lo vimos tan mal que decidimos regresar a tratar de ayudarlo y buscar ayuda médica. El abastecimiento para recibir a los últimos se había acabado. Hicimos lo que pudimos, saqué las pocas pasas y nueces que traía en la bolsa y eventualmente llegó un médico a ayudarlo, sin antes regañarlo por estar tirado en el piso en vez de la camilla. Él lo había intentado y no lo logró, lo más que pudo fue llegar al piso.
Al día siguiente, Araiz se lo encontró, él no se acordaba de ella. Su estado de trance la noche anterior le habían borrado de la mente quien le había metido unas pasas a la boca de manera forzosa.
Entrevisté a algunos corredores, me contaron lo que vivieron, se habían caído, algunos esguinzado, habían tenido que ayudar a alguien que se desmayó, caminar por un camino estrecho, pegados a la pared rocosa, viendo la barranca a sus pies. Que habían pasado sed, hambre, calor, frío y dolor, pero que todo, todo había valido la pena y que aún así, sin la menor duda, lo volverían a hacer. En ese momento, poquitas horas después de pensar nuevamente que sí es una locura correr 63 kilómetros, volví a cambiar de opinión. Tal vez sí se requiere un poco de locura para correr un ultramaratón, pero tal vez, sí vale la pena. ¿Vamos?
Aquí unas fotos de los corredores, cuando todavía no tenían cara de zombi:
Te invito a leer la primera y segunda parte de mi relato sobre el ultramaratón del los Cañones, en Guachochi, Chihuahua. Con más fotos de lo que vi, da click en el link aquí abajo.
Parabéns por mais uma vitoria!
Estou te acompanhando do Brasil, venha correr aqui no Brasil também!
Abraço
Vanessa
http://www.nossodiariodetreino.worpress.com
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Espero ir a correr no Brasil em breve! Talvez para os Jogos Olímpicos 🙂
Abraço
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