Faltan 120 días para mi próximo maratón, el maratón de Berlín y tengo un problema grave, bueno dos: 1. no tengo ganas de correr y 2. me duele una rodilla.
Llevo días – muchos – odiando mi entrenamiento y teniendo una discusión mental acalorada para convencerme de ponerme los tenis y dar un paso afuera de la puerta. Trato de entender los motivos detrás del odio, porque sé que después de correr me siento invencible y muy feliz. Las endorfinas hacen su chamba, pero deberían de inventar una pastilla endorfínica precarrera (¡idea millonaria!), ya que por ahora, ver que tengo que hacer series de velocidad en vez de correr sin pensar en el tiempo, me desquicia.
Afortunadamente he logrado ganarle a la discusión mental. Hay una parte de mí que sabe que después de arrancar se olvidan las muchas razones para no correr. Me pongo los tenis por necedad. Cruzo la puerta por compromiso conmigo misma y con la meta que, en un momento de locura, me sentencié. Y empiezo a correr porque me acuerdo que siempre termino queriendo correr más.
Pero los minutos que transcurren de apagar el despertador a estar en la calle son un infierno. Me encuentro con una lista de ideas innovadoras para evadir los primeros pasos, como: ‘mejor corro en la noche’ o ‘mejor voy a andar en bici o a clase de yoga’, o ‘¿qué tal si hago spinning?’ o más desatinado aún; ‘¿qué tal si hago un video de Insanity?, seguro que cuenta igual que mis repeticiones de velocidad.’ Es de esa última escusa, de donde viene el problema #2, el dolor de rodilla, que es una atenta llamada de atención de mi cuerpo para que le baje a la auto exigencia.
El famoso Insanity, es un reto de 60 días, con una serie de videos de entrenamiento corto de alta intensidad que promete darte fuerza y resistencia abismal. Por azares del destino empecé los videos (entiéndase por azar: excusa para no correr + culpa glotona + un «¿a qué no puedes…?»); llegué al día 10 de 60. Debut y despedida. Para el día 9 el agotamiento era masivo, para el día 10 mi rodilla dijo basta. Aplaudo a quien lo haga cabalmente, a mí solamente me sirvió para no olvidar que a me gusta correr para disfrutarlo y que en el momento de que busco escusas para no correr algo está mal. Me sirvió para darme cuenta que llevo 8 meses pasando por el mismo lugar y no había visto un grafiti hermoso que se fusiona con un árbol del parque. Que no lo haya visto eso en tanto tiempo, es señal de que dejé de poner atención a lo verdaderamente importante. Y estoy poniendo demasiada atención a mi reloj.
Quiero correr libre sin necesidad de romper ningún record o de mejorar ninguna marca. No es conformismo, hay una gran diferencia entre conformarte y no hacer nada.
El dolor de rodilla ya me devolvió las ganas de correr, me recordó que corro para relajarme, para disfrutar lo que veo en el camino, para viajar, conocer nuevos lugares, ver gente, perros y árboles que de otra forma, tal vez no tendría tiempo de ver. Corro para desconectarme, para pensar sin interrupciones, para ver los amaneceres, los atardeceres, y que me llueva y no me importe.
Corro para no llegar a ningún lado y para tener tantito más espacio para comer más chocolate, más helados de pistache y más higos con queso mascarpone y miel.
Así que, escucharé a mi rodilla, la atenderé y probablemente retome la carrera libre en unas semanas, con miras a tener la condición física necesaria para recorrer las calles de Berlín en 120 días.
Y esto es lo que no había visto mientras corría:
Así que no soy el único. Lo admirable, desde luego, es que tú sí te pones los tenis, que tú sí cruzas el pretil de la puerta, que tú sí vences los pretextos. Y todo eso está muy bien. Felicidades y suerte en Berlin; al parecer es la onda para los corredores.
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